Cicerón
Foto: Mileyda Menéndez |
«¿Qué te pasa?» le dice molesto a uno de sus compañeros de aula, mientras intenta ridiculizarlo imitando algunas de sus extrañas poses. «¡Mira, “hembrita”!» —le grita otro muchacho en un tono bastante despectivo, al tiempo que el resto del grupo se encarga de poner las burlescas carcajadas. Luego todos se marchan, dejándolo solo, y aunque ama el béisbol y quisiera también batear en aquella descarga improvisada de un receso cualquiera entre pioneros de quinto grado, sabe que no le permitirán ni tan siquiera acercarse.
¡Hasta sus padres se inquietan por los ademanes inadecuados del chico! Uno a otro se culpan por la «mala crianza» y los reprochables hábitos, preocupados tanto por la causa de que el simpático Migue gesticula más de la cuenta, como por sus posibles consecuencias para el futuro.
El gesto no hace el gusto
La Máster en Psicología Milaisy Méndez Rodríguez confiere extrema importancia a las influencias del medio circundante y al carácter imitativo del lenguaje gestual en los primeros años de existencia.
«A temprana edad los niños comienzan a reproducir los rasgos manuales y las expresiones faciales de los que lo rodean. Casi siempre en casa se les insiste en asumir como modelo de actuación al progenitor o tutor de su mismo sexo, pero eso no impide que en algunos casos puedan copiar las manifestaciones más distintivas del género opuesto.
«En el primer lustro de vida, la familia desempeña la principal labor formativa sobre el infante, responsabilidad que continúa una vez iniciada la actividad docente», recalca la especialista.
«Ya en la escuela, el círculo infantil o las vías no formales, aparecen otros patrones educativos, que tendrán un fuerte predominio en su conducta. En la mayoría de los casos el maestro —sea hombre o mujer— representa un paradigma a seguir, y sus educandos intentan hacerse eco de todo el desenfado verbal y mímico con que acostumbra a explicar.
«Cuando se evidencia una gestualidad excesiva en esta etapa de la vida, generalmente obedece al comportamiento de algún miembro de la familia, la comunidad o el centro de enseñanza, del cual el pequeño se ha ido apropiando, sin restar peso al influjo de otras instituciones sociales también cercanas o relacionadas con él».
Con la llegada de la adolescencia, y más tarde de la juventud, se vive un período de mayor autorreconocimiento, caracterizado por la búsqueda de una independencia nunca antes perseguida. A partir de entonces el individuo alcanza una definición más acabada de gustos, llega a descubrir nuevas inclinaciones y entiende el rol de los estereotipos.
Quien se sale de esos patrones en materia de expresión corporal corre el riesgo de ser tildado de homosexual: tanto una muchacha por ocupar posiciones un tanto varoniles o mover las extremidades superiores con cierta rudeza, como los hombres que señalizan demasiado con su rostro o bracean con marcada feminidad.
Sin embargo, no se puede asumir una correspondencia categórica entre las expresiones gesticulares de una persona y su orientación sexual. La Máster en Psicología médica y profesora de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas, Dunia Ferrer, esclarece algunas dudas al respecto:
«En nuestra sociedad perduran aún arquetipos heredados de la cultura patriarcal, a través de los cuales se ha asociado siempre al ser masculino con frialdad emocional, valentía, competitividad y un mayor desarrollo de la vida pública; y a las féminas, por su parte, con la delicadeza, la ternura y el sentimentalismo.
«Cuando alguien no cumple cabalmente con estos presupuestos y, conjuntamente con ello, se apropia de apariencias un poco comprometidas con el estereotipo del sexo contrario, se le juzga arbitrariamente. Sin embargo, pecamos de absolutos si creemos que la gestualidad constituye medida exacta para identificar las preferencias amatorias».
En tal sentido sí se pudiera hablar de una diversidad tan grande como seres humanos existen, pues el comportamiento de cada cual constituye el resultado de la acción de múltiples factores, que no en todos los sujetos son los mismos, ni repercuten de igual manera.
«La profesión, la edad, la procedencia, el nivel de escolaridad y la pertenencia a determinado grupo social, entre otras muchas variables, pueden condicionar nuestro proceder expresivo.
Un ingeniero no se expresa de modo idéntico a un artista, un comediante o un economista, ni un anciano de 70 años se comunica extraverbalmente como un joven de solo 15, como tampoco las manifestaciones de un campesino se parecen a las de un hombre de ciudad.
«La intención también llega a determinar la conducta de cada persona, y por ende sus revelaciones gestuales. Si el propósito perseguido radica en convencer, seguramente seremos más ecuánimes y menos apasionados. En cambio, si deseamos agredir y encolerizar, buscaremos la forma de ser violentos y ofensivos hasta con los movimientos de la vista», aclara.
Cubano que no gesticula...
La espontaneidad de los nacidos en la mayor Isla caribeña va más allá de un trato desenvuelto y hospitalario. Uno palpa la gentileza característica entre los coterráneos como si fuese genética. Mucho más cuando el carisma criollo se traduce en formas originales que tributan a nuestra riqueza comunicativa.
Si cerramos momentáneamente un ojo mientras explicitamos un mensaje, le hacemos saber a alguno de nuestros interlocutores que lo dicho carece de certidumbre. Con solo colocar el dedo índice encima de la boca mandamos a callar, y solemos proferir frases de afecto a los amigos acompañadas de un fuerte apretón de manos.
El lenguaje mímico puede reforzar o contradecir el discurso hablado. Y aunque no en todos los seres humanos se patentiza en la misma medida, nadie escapa de manifestarlo, según reconoce la especialista de la casa de altos estudios villaclareña.
«No debemos entender la gestualidad entre hombres y mujeres determinada por una diferencia cuantitativa: Más bien lo que existe es un contraste de cualidad, una marca en la forma de hacerse y no exactamente en el contenido a comunicar».
Ningún cubano dudaría en creer que los latinos actuamos con más soltura que los europeos. Cada día nosotros lo probamos, signados por un clima y una naturaleza que invitan al desahogo temperamental. Somos brazos, piernas, rostros y desvelos, en una vorágine constante de mímesis y gestos.
Nadie tiene derecho a juzgar por ello nuestras preferencias sexuales, sobre todo en estos tiempos, en que queda más clara para muchos la diferenciación entre género y orientación sexual, y si un gesto «delicado» en un hombre como un accionar «tosco» en una mujer levantan suspicacias, se comete el error de ser injustos... y superficiales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario